viernes, 9 de abril de 2010

“LAS MASAS IGNORANTES NO GOBIERNAN EN NINGUNA PARTE”



(columna originalmente pensanda para Notineta)


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Era en esos tiempos, allá a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando los abogados no se limitaban únicamente a la aplicación del derecho positivo y la doctrina jurídica, sino que eran pieza fundamental de la eclosión cultural y política del país. Cuando los abogados escribían, a veces registraban en sus cuentos, memorias o poemas el sentido social de una época. Este es el caso de Emilio Rabasa (1856-1930), célebre jurista, novelista e historiador. Le debemos a este autor el lúcido estudio de La Constitución y la dictadura, donde el chiapaneco hace una crítica directa a la Constitución de 1957.
El descalabro de dicho ordenamiento era confiar desmedidamente en la representación popular, cosa que no se daba en la realidad del Congreso y que terminaba por diezmar la rectoría que supone el poder Ejecutivo. “En lugar de un régimen de tipo presidencial, levantó al poder legislativo –unicameral frente al ejecutivo, con el resultado que no se podía gobernar con la Constitución”. Sin embargo, no podemos conformarnos con la dimensión jurídica de Don Emilio, pues sus estudios, retratos, ensayos y narrativa son extraordinariamente ricos en detalles y acotaciones. En su narración La Bola, da cuenta de la crudeza en los levantamientos revolucionarios, en vez de idealizarlos y otorgarles un orden artificial que no corresponde con el remolino de sangre en aquellos años. “ Este es el país de los hechos consumados, me dijo al fin; el país de las aberraciones. Por primera vez oí estas frases que después se han hecho de estampilla”.
Incluso podríamos inferir que de vez en cuando se escucha la voz del autor a través de los personajes: “Todos los humillados por la bola estaban allí con caras de triunfo. El único derrotado era yo…”. La Revolución mexicana, bajo el enfoque de Rabasa, es un caldo de ferrocarriles rotos, júbilo, venganza y una caótica avalancha de caudillos. La historiografía después acomoda los sucesos para ser leídos correctamente (más hoy en tiempos de celebración centenaria) . La bola, motor de la Revolución mexicana, es contraria a toda revolución.”Tenemos privilegio exclusivo; porque si la revolución como la ley ineludible es conocida en todo el mundo, la bola sólo puede desarrollar, como la fiebre amarilla, bajo ciertas latitudes. La revolución se desenvuelve sobre la idea, conmueve a las naciones, modifica una institución y necesita ciudadanos; la bola no exige principios ni los tiene jamás, nace y muere en corto espacio material y moral, y necesita ignorantes”, La bola es una amenaza a la civilidad, es un ogro que sonríe al comer carne humana. “Y sin embargo, el pueblo, cuando reaparece este monstruo favorito a que da vida, corre tras él, gritando entusiasmado y loco: ¡Bola!, ¡bola!”.
El personaje de La Bola reproduce el desencanto en la colectividad, la incapacidad de dar uniformidad a una serie de hecatombes viscerales. Quizás éste fue el mismo sentimiento que experimentó el cura Hidalgo al ver la barbarie de la insurgencia. La gran depresión del padre de la patria al encontrarse con el saqueo, las cabezas en el piso y las mujeres violadas. “¡Cuántos, entonces, como yo, gemían en la orfandad y maldecían la bola! En aquel miserable pueblo, que apenas tenía hombres para surcar la tierra con el arado y en que la alteza de la ciudadanía era desconocida, más que el triunfo del derecho”.
¿Serán acaso las pasiones el conductor principal en la construcción de un país en lugar de cualquier plan de reforma? Por esta cuestión, Rabasa mira en la ley efectiva un obstáculo en los deseos incorregibles de los hombres. Uno no puede confiar cándidamente en un gobernante y en su averiado aparato ético. “La voluntad de ejercer el poder sin límites indefinidamente, que han demostrado los presidentes mexicanos, no puede elogiarse como una virtud, pero es irremediablemente humana y es insensato pretender que las instituciones se corrijan con el ejercicio de virtudes excepcionales”. El imperio de la ley debe ser superior a los afanes individuales y subjetivos. El respaldo de la ley cumplida es la cabecera de una nación soñada.
La Constitución como fetiche no nos sirve de nada, esa idolatría por el documento, por el papel sin poder. Aunque la Constitución de 1957 había sorteado a sus enemigos, su destino era sucumbir. “La Constitución estaba salvada y no corregía la suerte de las anteriores. Su prestigio era inmenso; pero no se había aplicado todavía. Se amaba como símbolo; pero como ley era desconocida de todos”. Los gobiernos de facto y las dictaduras florecieron en el siglo XIX y después se sofisticaron en nuestro país. Una es la lucha y la derrota de la ley: “Todo lo hemos esperado de la ley escrita y la ley escrita ha demostrado su incurable impotencia”.