viernes, 27 de agosto de 2010

MI NACIÓN TIENE UN ESTADO HOLOGRAMA


Resulta una falacia llamar a México un Estado democrático y de derecho. Las críticas que en el 2008 se hicieron al gobierno federal, denominándolo “Estado Fallido”, vigente en todos sus aspectos teóricos y práctico aún hoy día, confirman la era de excepcionalidad que el país vive: el Estado de excepción institucionalizado y de facto. La inoperatividad institucional, es decir, la incapacidad para brindar los derechos y servicios más elementales a la población civil en algunos estados (Chihuahua, Tamaulipas, Sinaloa y otros), se volvió sintomático en los alcances del poder coactivo. El Estado mexicano se ha quedado sin fuerza. No se trata pues de la fuerza castrense, sino de la fuerza política y discursiva con que el Presidente y su Administración han buscado legitimar a ultranza su “lucha (eufemismo de guerra) contra el narcotráfico”.

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El cierre de caminos y puentes por parte del ejército o de los cárteles, los coches-bomba, el secuestro de migrantes indocumentados por parte de la delincuencia organizada, las masacres múltiples en el norte del país, el multi-infanticidio, los atentados a periodistas, el ejército patrullando las calles, la suspensión de labores y el pago de cuotas, los “toques de queda”: México está en una conmoción interna (guerra), aunque no haya sido declarada formalmente esta situación y no se haya usado el artículo 29 de la Constitución nacional. Por otro lado, las reformas constitucionales en 2008, impulsadas por Calderón, donde se legalizaron las políticas públicas contra el estatus de delincuente organizado (enemigo público en el discurso oficial) con el llamando “régimen especial de garantías”, representó la inclusión del derecho excepcional en el derecho cotidiano. El Estado de excepción se institucionalizaba y comenzaba a adquirir forma.

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El Estado mexicano parece desvanecerse por agentes externos y factores reales de poder que continuamente se apropian de sus funciones. El mercado mundial determina el roll liberalista que los Estados partes en tratados e instrumentos internacionales deben desempeñar en sus modelos económicos internos. El Estado mexicano se ve forzado, como muchos otros Estados, a la desregularización legal y a la paulatina cesión de las facultades controladoras y planificadoras en su economía. El neoliberalismo achica al Estado en su espíritu y autoridad. Otro aspecto es la actividad estatista que la delincuencia organizada, como sistema de poder y determinación social, ha venido desempeñando en aquellas poblaciones donde el Estado no ha podido o no ha querido llegar aún. El modelo paternalista es recogido por los delincuentes para proveer a la población civil de servicios de seguridad, educación, infraestructura y empleo. Se sabe de muchas comunidades donde la única estructura de cohesión y mando es el Narcotráfico. La delincuencia organizada determina la división social, laboral y pública que los miembros de la comunidad deben realizar en contraprestación a los servicios “benéficos” que ésta otorga. La delincuencia organizada, en algunos aspectos, parece un aparato más articulado que el propio Estado.

domingo, 8 de agosto de 2010

"El HIMEN NACIONAL"


(Parto de Agustín Hidalgo, Ediciones La Faunita, Santiago de Chile, 2010.)
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Parto y mañana no sé si volveré a verte. Todas las ancianas, niñas y hembras han parido “los cráneos siderales de una nación”, ese país enquistado que nos dice cómo se siente ser madre y saber que su carne sangra todavía: “la madre la hija la espíritu santo/ la niña la pinta la satán maría”. Agustín Hidalgo (Santiago de Chile, 1986) nos muestra con su primer libro, Parto, una serie de radiografías que revelan la conmoción, las formas viscerales y las fisuras de un Chile que se construye a partir de objetos diferidos. No se tratan de estampas o vivas imágenes del color, sino de cuadros en partes translúcidos y en partes opacos. Todo se engendra desde los vapores de una ciudad que tiene calles como estrías y un cuerpo donde la cara no conoce los brazos ni los pies. Siempre se está asistiendo a los quirófanos donde “el parto es lo más largo/ el parto de los niños umbilicales”. En ese momento es cuando se abren las puertas de las catedrales y nunca antes o después. El Parto es una nueva ceremonia y hay que estar atentos a su espectáculo vital.
Por eso, en ese devenir luz, las “cruces cobran vida como armas de guerra”, el hambre es lo único que mantiene vivo a los hombres y los indígenas se siguen pintando para prolongar sus puntos suspensivos, porque ya no hay nada que decir, no hay motivos para agregar una palabra al párrafo de la historia chilena. Hay un desierto Zurita y un Colegio Pablo Neruda, las poblaciones ya no se llaman más con sus antiguos nombres. Los ríos, las cordilleras y los paisajes de Chile ya no hablan ni se duelen sino que ahora están entre la gente: “mientras ella abría la boca como un río Bío-Bío”. Por eso Hidalgo nos dice “Si tuviera que ponerle un nombre a este neopaís/ le pondría Chile/ porque si tuviera un hijo le pondría Chile”. Existe el Museo Nacional de las Partes del Cuerpo exhibiendo las espinas dorsales, los cerebros cercenados y las alegrías encerradas en vitrinas, los dinosaurios que se niegan a caer. Pero en la escena final se encuentra la niña otra vez, pero ahora canta un tema de Queen. Después hay una pausa y aparecen los créditos de todas las mujeres y los hombres que fueron dados a luz.
Lo único que nos queda es aventar escupitajos sobre toda la tierra y ver cómo se van abriendo las piernas de una gran mujer de lodo. Y todo estará palpitando para entonces.