jueves, 3 de diciembre de 2009

EL NIÑO Y EL TRÁNSITO AL MUNDO ROJO



La escritura poética es abandonarse en el universo e ir fijando puntos de contacto. La revelación no se da con un peregrinaje o siguiendo a un patrón, sino dejando partes de uno mismo suspendidas en medio del vacío, orbitando entre el caos. Éstas serán estrellas en un momento común, después de cada mundo. Al marcar la distancia de esos poemas, Yaxkin Melchy (D.F., 1985) indica sus constelaciones: las figuras astrales de la poesía. Los poemas que vi por un telescopio se aparta de la visión del descubridor contemplativo que sólo registra los acontecimientos en años luz, puesto que para comprender el universo-poema hay que adentrarnos en la noche y dejarnos poseer por esa totalidad, por los astros de la locura.

Es en la dimensión de Yaxkin donde ocurre el Big-Bang y el Big-Crunch en sucesivas vueltas. Es “la sangre de las estrellas” la que corre a la velocidad de la luz por su cuerpo. El universo del autor no es un cosmos con leyes inmutables y exactas, ya que el único universo que vive Melchy es un caos donde está “el dios Júpiter roto como un cerillo destrozado”. Los paradigmas de la astrofísica no se comprueban en el universo caótico, “signos matemáticos/ estrellas de letras improbables/ lo santos de las estrellas brillan en nuestros hombros”. El niño vidente que dejó de ser en el planeta azul, aquí es un secretario con máscara apuntando los dictados de la galaxia. Andrómeda es la guardiana primigenia como madre sabia y desconocida. Él sabe que es ahora el niño de Andrómeda y nos dice en una oración donde se asoma ante la inmensidad: “cuando yo muera me la pasaré cortando estrellas”.

A pesar de lo que le permite la visión de Andrómeda, él busca la intervención de otras galaxias. La experiencia de cada una de ellas es fundamental para completar el gran libro y dar paso a ese Nuevo Mundo, que es algo más fuerte que cualquier concepto político, religioso, científico y humano. Esto está en el lenguaje de las maquinas ‑01001‑, en los robots del fin del mundo, quizás más allá. Por eso, el niño de Andrómeda decide abandonar a su madre: “Andrómeda/ ayer podré mirar como caes detrás de mis ojos/ y de las faldas de mi madre verde y boreal”. Por eso ya no existe continuidad en ese pórtico, el tiempo es un rumor estéril. “Ahora soy joven/ ahora soy viejo”. Todo transcurre en una eternidad y en un instante.

Meme Rocha aparece en esta poética narrativa, no como un heterónimo, sino como un escritor real: un adelantado que dejó una obra primera. También se trata de un pequeño homenaje a este poeta, por todos nosotros desconocido. Lo cierto es que a través de su obra, Yaxkin se encuentra y lo mira como un ascendente iluminado. No se da aquí una referencia a cierto prócer de las letras, sino que apenas se trata de un marginado, de quien no se sabe nada en vida. Meme Rocha es su abuelo, es un “miligramo de estrellas/ eso dicen los físicos que miraron su corazón”.

A veces la voz lírica se fractura y la potestad del niño de Andrómeda se desprende momentáneamente. Aquí podemos escuchar las palabras de Melchy que llaman a esa propia voz.: “¡Hey!, chico de mi futuro” Al final queda la intención: “hagamos algunas bromas entre los siglos y el nuestro/ cerebros que son jaurías enojadas contra el Sol”. El autor nos invita, con esto, a idear una jugada contra la razón, contra el status quo de la literatura y los buenos versos. No bastan las palabras para decirnos un poema, por eso los trazos, las fórmulas, las imágenes que dejan de ser literarias. La sucesión de los sueños es el delirio final, es el punto de quiebre con lo ortodoxo y los intentos. El sueño 3 es “pisar sombrillas”, el sueño 9 es “la probabilidad del mundo”, el sueño 16 las “ciudades mayas de las nubes”, el sueño 20 es “una o, una e” y en el sueño final “el universo que desaparece y continúa en el universo”

Yaxkin Melchy conoce por el caos que hay en su interior: “No tengo dentro de mi mente más que una nebulosa compacta”. Sin embargo, se sabe poeta, pequeña jerga que pide a la muerte su autorretrato y un trébol negro. Será la industria fabulosa del Nuevo Mundo lo que lo dejará callado. En un poema Meme Rocha le advirtió: “mañana serás una célula y no podrás decir tu nombre”.

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